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Los Bean viven enfrente, al otro lado del paso a nivel. Los ves a diario desde el amplio ventanal del salón. Son horteras y chabacanos, tienen pinta de cromañones y nunca van a la iglesia. Son ciento y la madre. Se reproducen como moscas. Huelen fuerte. Su jardín está sembrado de zarzas, neumáticos, radiadores, correas de ventilador, bidones, gallinas, perros y críos grandes y chepudos como osos que juegan a hacer agujeros en la tierra. Lo que ocurre dentro de esa casa prefabricada es un misterio. En verano ondean sus cortinas de plástico y, de vez en cuando, se escuchan gruñidos sobre el…mehr

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Produktbeschreibung
Los Bean viven enfrente, al otro lado del paso a nivel. Los ves a diario desde el amplio ventanal del salón. Son horteras y chabacanos, tienen pinta de cromañones y nunca van a la iglesia. Son ciento y la madre. Se reproducen como moscas. Huelen fuerte. Su jardín está sembrado de zarzas, neumáticos, radiadores, correas de ventilador, bidones, gallinas, perros y críos grandes y chepudos como osos que juegan a hacer agujeros en la tierra. Lo que ocurre dentro de esa casa prefabricada es un misterio. En verano ondean sus cortinas de plástico y, de vez en cuando, se escuchan gruñidos sobre el chisporroteo de una televisión mal sintonizada. «Lo que esos Bean son capaces de hacerle a una niña tan pequeña como tú haría llorar a un hombre hecho y derecho», dice tu padre. Tu padre te lo ha repetido una y mil veces: «Son predadores. Si corre, un Bean le pegará un tiro. Si cae, un Bean se lo comerá». Pero tú no puedes evitar husmear, sueñas con ser abatida y devorada por uno de ellos.

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Autorenporträt
CAROLYN CHUTE (1947) vive apartada en algún lugar de los bosques de Maine, en las estribaciones de las Montañas Blancas, cerca de la frontera con New Hampshire, en una cabaña sin teléfono, ni fax, ni agua corriente. En su porche hay diez mecedoras enfrentadas. Si le preguntas por qué, te dirá que cuando no tienes televisión no te queda otra que mirar a la gente a los ojos. El hogar no es un número de la calle. Para ella, hogar es otra manera de decir comunidad, tribu: caras, manos, voces, murmullos y trabajo compartido. En más de una ocasión se ha declarado abiertamente redneck, una chica palurda de setenta y cinco kilos (no tan pequeña) que dejó los estudios a los dieciséis años. Odia al establishment y detesta el gran anuncio rosa de la élite capitalista, esa misma élite que engañó a los indios newichewannock y compró la enorme extensión de tierra donde vivían (y donde vive ahora ella) por el precio irrisorio de dos mantas, dos galones de ron, dos libras de pólvora, unas cuantas balas de mosquete y veinte ristras de abalorios. Ha fregado suelos de hospitales y ha trabajado en una granja de pollos, una fábrica de zapatos y una explotación agrícola de patatas. También ha ejercido de camarera, encuestadora, profesora, asistente social y conductora de autobuses escolares. Pertenece a la clase trabajadora (o clase tribal, como ella prefiere llamarla). Gente devaluada y reciclada que vive inmersa en un estado de esclavitud retorcida, terratenientes de pantanos y lodazales, inquilinos de remolques, casas en ruinas y prisiones. Cuando acabó el manuscrito de Los Bean de Egypt, Maine, tuvo que pedir dinero prestado para pagar el envío a un editor de Nueva York. La obra fue aclamada como algo casi primigenio, «la voz descarnada de la clase baja rural estadounidense». Está casada con Michael Chute, un manitas local que nunca aprendió a leer. Tiene una hija de un matrimonio anterior, tres nietos y tres perros (uno de ellos ladra cada vez que oye el nombre «Reagan»). Es ministra de la 2ª Milicia de Maine y de la Milicia de la Montaña Fronteriza. Su arma preferida es la carabina semiautomática SKS, «un animalito potente pero amigable en tu hombro». Afirma que la democracia es como un Cadillac: no va a ninguna parte si no te pones al volante. Si un día andas por Parsonsfield y te da por visitarla, avisa antes.