La vida del Mallarmé estuvo llena de angustias pues se sentía agobiado por la esterilidad de la vida diaria, sentimiento que aparece en sus textos iniciales con una fuerza muy especial. Se sentía frustrado por la imposición de tener que ganarse el sustento diario, sintiendo perder tiempo para dedicarse a su obra estética. En una carta a su amigo Cazalis en 1886, escribe: «Cuántas impresiones poéticas tendría, si no estuviera obligado a dividir todas mis jornadas, encadenado sin descanso al oficio más estúpido y fatigante, porque sería apenarte al contarte cómo me quebrantan mis clases llenas de abucheos y piedras lanzadas» El escape de la realidad se transformó en una obsesión para Mallarmé, expresado en La siesta de un fauno (1865)