
Levantamiento del Cementerio (eBook, ePUB)
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La calle Tyler parecÃa que no habÃa cambiado nada desde la última vez que Byron estuvo allÃ. Mismo café en la acera. La misma tienda de ropa de mujer de moda al otro lado de la calle. El club de jazz clásico está al lado. HabÃa pasado un año desde que habÃa estado allà y todo estaba perfectamente en su lugar.Al pasar por delante del club de jazz y la tienda de ropa, él escuchó un gemido agudo en el fondo, que se elevaba por encima del estruendo del tráfico. Sonaba herido, casi enojado. Como un ganso moribundo.Observando los rostros de otros peatones, se pregunta por qué nadie mÃ...
La calle Tyler parecÃa que no habÃa cambiado nada desde la última vez que Byron estuvo allÃ. Mismo café en la acera. La misma tienda de ropa de mujer de moda al otro lado de la calle. El club de jazz clásico está al lado. HabÃa pasado un año desde que habÃa estado allà y todo estaba perfectamente en su lugar.
Al pasar por delante del club de jazz y la tienda de ropa, él escuchó un gemido agudo en el fondo, que se elevaba por encima del estruendo del tráfico. Sonaba herido, casi enojado. Como un ganso moribundo.
Observando los rostros de otros peatones, se pregunta por qué nadie más parecÃa notar el sonido. Todos siguieron caminando, rostros casuales. Nadie sintió curiosidad por ese lamento torturado.
Byron se encogió de hombros, pensando que solo lo estaba imaginando. Tal vez estaba distraÃdo por la siniestra misión que le esperaba.
Se sentó en el café de la acera, comprobó la hora y ensayó mentalmente palabras que ya habÃa repetido más veces de las que querÃa recordar.
«No eres tú. Soy yo...
Al pasar por delante del club de jazz y la tienda de ropa, él escuchó un gemido agudo en el fondo, que se elevaba por encima del estruendo del tráfico. Sonaba herido, casi enojado. Como un ganso moribundo.
Observando los rostros de otros peatones, se pregunta por qué nadie más parecÃa notar el sonido. Todos siguieron caminando, rostros casuales. Nadie sintió curiosidad por ese lamento torturado.
Byron se encogió de hombros, pensando que solo lo estaba imaginando. Tal vez estaba distraÃdo por la siniestra misión que le esperaba.
Se sentó en el café de la acera, comprobó la hora y ensayó mentalmente palabras que ya habÃa repetido más veces de las que querÃa recordar.
«No eres tú. Soy yo...
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