
Nada en común
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Nada en común ya es un título, de por sí, provocativo. Atrevido título en unos tiempos donde formar parte de un rebaño de cualquier índole parece obligado para vivir en sociedad. Esa aparente negación absoluta no es lo habitual. A la gente le gusta buscar lo que hay en común, parece que eso les refuerza y les da seguridad. Un libro con este título nos da idea de la fuerte personalidad de su autor. Consuelo Jiménez de Cisneros (Catedrática de Lengua y Literatura española) Cada libro es un mundo, un planeta que sin embargo se halla en el universo literario. El que nos presenta José ...
Nada en común ya es un título, de por sí, provocativo. Atrevido título en unos tiempos donde formar parte de un rebaño de cualquier índole parece obligado para vivir en sociedad. Esa aparente negación absoluta no es lo habitual. A la gente le gusta buscar lo que hay en común, parece que eso les refuerza y les da seguridad. Un libro con este título nos da idea de la fuerte personalidad de su autor. Consuelo Jiménez de Cisneros (Catedrática de Lengua y Literatura española) Cada libro es un mundo, un planeta que sin embargo se halla en el universo literario. El que nos presenta José Antonio Buil me ha hecho pensar a veces en Paul Celan, no tanto en la poesía del atormentado escritor, sino en la posición que manifiesta en su famoso discurso de 1960 (El meridiano) al recibir el premio Georg Büchner, y además, en vista del tono reflexivo y descreído del poemario que nos ocupa, al recordar el interés de Celan por la filosofía existencialista, sin que ello perjudicase la pureza de su dicción. El difícil arte de la poesía reflexiva, que sólo pueden practicar con éxito los buenos escritoresà Joaquín Rico Consuelo (Profesor de Literatura en el Instituto de Estudios Hispánicos, Portugueses e Iberoamericanos de la Universidad de Utrecht)Hacer y deshacer el nudo de la cuerda que ciñe nuestra vida; hallar en su materia el hálito que da el mismo sereno sentido de la muerte; abrigar el silencio en lo hondo de nosotros e iniciar un viaje a través de las imágenes en el que una idea de regreso nos parezca imposible. Y acaso contemplar en la calma de las cosas la llama del candil interior que las alumbra, la aparente opacidad de los cuerpos o el vector de la fuerza que los genera, la mecánica que rige, en fin, el fenómeno de la inconstancia, el olvido o la pasión de un amor primero. Cuando se nos acerca cada nuevo amanecer y desistimos ya de conciliar el sueño, tras haber perdido el tiempo en vano librando batalla contra los fantasmas que uno a uno socavan la razón, se nos revela el temor a un mundo vacío, a la realidad desnuda donde acaba la virtud de nuestra efímera existencia, y apenas distinguimos lo que nos sobrecoge de aquellas otras sombras sobre las que cabalga abrumadoramente el enigma.