
Las reformas interiores en Guadalajara en el primer tercio del siglo XX: la transformación de una ciudad conventual
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Tras un prolongado periodo de decadencia iniciado en el siglo XVII, Guadalajara experimentó en el siglo XIX una transformación motivada, en gran medida, por su designación como capital provincial. Esta nueva condición incrementó su relevancia político-administrativa y dio pie a proyectos de modernización urbana que, aunque concebidos a finales del siglo XIX, no comenzaron a materializarse hasta el primer tercio del siglo XX. Las reformas buscaban embellecer, sanear y actualizar la ciudad, con el objetivo de favorecer su desarrollo económico y social. Estas intervenciones se vieron faci...
Tras un prolongado periodo de decadencia iniciado en el siglo XVII, Guadalajara experimentó en el siglo XIX una transformación motivada, en gran medida, por su designación como capital provincial. Esta nueva condición incrementó su relevancia político-administrativa y dio pie a proyectos de modernización urbana que, aunque concebidos a finales del siglo XIX, no comenzaron a materializarse hasta el primer tercio del siglo XX. Las reformas buscaban embellecer, sanear y actualizar la ciudad, con el objetivo de favorecer su desarrollo económico y social. Estas intervenciones se vieron facilitadas por una progresiva secularización, reflejada en la reducción de número de parroquias y conventos, que permitió modificar la trama urbana, aunque también determinó la pérdida de un valioso patrimonio arquitectónico y del carácter conventual que había definido a la ciudad durante siglos. La reforma más destacada fue la de la calle Mayor Baja, que, impulsada por el alcalde Miguel Fluiters, fue concebida como modelo para futuras intervenciones. Esta transformación supuso la eliminación del trazado medieval, la reconfiguración del parcelario y la sustitución de antiguas edificaciones por nuevos inmuebles más acordes con las últimas tendencias arquitectónicas. A esta le siguieron otras reformas en la calle Mayor Alta, la Plaza Mayor, la Plaza de Moreno, la de San Esteban y sus entornos y, tras la construcción de un nuevo cementerio municipal, la incorporación de los antiguos cementerios parroquiales a la trama urbana. Con estas reformas, que, la mayoría de las veces, no llegaron a completarse, Guadalajara perdió gran parte de su patrimonio arquitectónico y también la naturaleza medieval de su trazado, lo que determinó una nueva configuración urbana que favoreció el desarrollo de una nueva arquitectura. Estas reformas le confirieron un nuevo y personal carácter, muy alejado del de ciudad conventual que tuvo hasta el siglo XIX, un nuevo carácter que, aunque en gran medida todavía conserva su centro histórico, ha ido perdiendo a partir de los años sesenta del siglo pasado.